Durante la pandemia y post pandemia hemos visto el énfasis discursivo sobre la preocupación de la salud mental en la población por los efectos y consecuencias que éstas nos ha dejado. Para quienes trabajamos por años en salud mental es un tema de preocupación constante, y que hoy se discuta y se ponga en la palestra en los distintos escenarios nos parece un avance, porque ayuda a bajar el estigma y prejuicio que presentan las personas con patologías de salud mental e incluso los equipos que trabajan en este ámbito de la salud.
Sin embargo, esta preocupación no se ha visto reflejada en la realidad que enfrentan trabajadores/as y usuarios/as. Desde esta perspectiva, es necesario señalar que el gasto público en salud mental -que corresponde a un 2,4% del gasto total en salud de Chile- es muy bajo en comparación a los países desarrollados y está lejos de la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Se observa que esto reduce la cobertura y calidad de las prestaciones para las y los usuarios de la red pública.
Actualmente la tasa de enfermedades mentales en nuestro país es de un 23,6% según cifras de la Encuesta Nacional de Salud. El Plan Nacional de Salud Mental actual señala “que la población chilena mantiene altas prevalencias de trastornos ansiosos, abuso y dependencia de sustancia, y depresión. Y las tasas de suicidio han descendido después de un ascenso preocupante, pero se mantienen un número elevado, y las licencias médicas por trastornos mentales ocupan el primer lugar como causa de reposo médico”. Todo esto pese a los avances registrados en la pesquisa, acceso y calidad de los servicios de salud mental.
Si bien existen avances como la creación de los programas GES, Ley TEA, Programa de Cuidadores y el Copago Cero, que también beneficia a nuestra población, se siguen observando problemas o dificultades que no han tenido una mejora y se han mantenido en el tiempo, causando un impacto en la vida laboral de las y los trabajadores. Ejemplos de esto son:
– Tensión constante entre lo que es el trabajo de atención clínico-asistencial tradicional y el modelo comunitario de salud.
– Equipos se ven muchas veces exigidos por la demanda asistencial y el establecimiento de metas y rendimiento, versus las actividades de tipo comunitario.
– Escasa participación de los equipos en las decisiones que afectan su trabajo cotidiano.
– Falta de capacitaciones con temáticas específicas de salud mental y psiquiatría para las y los trabajadores.
– Escasos espacios en las programaciones para cuidados de equipo, y si estos se realizan, están a cargo de los mismo funcionarios, quedando éstos expuestos cotidianamente al síndrome de desgaste profesional.
– La implementación de nuevos programas en salud mental se realiza sin nuevos recursos humanos, recargando a los equipos existentes.
– El perfil actual de las y los usuarios es de mayor complejidad psicosocial, con pacientes más demandantes, y donde los equipos sanitarios quedan expuesto a situaciones de riesgo como el maltrato verbal y físico.
– Brechas en horas de atención ambulatoria de especialista – médico psiquiatra.
– Dificultades para hospitalización de usuarios/as que lo requieren en servicios de urgencia, y tiempos de espera prolongados por reducción de camas de psiquiatría y falta de especialistas.
– En cuanto a los lineamientos de trabajo de red o continuidad de cuidado, se visualizan dificultades para los equipos debido a que no existe un sistema eficiente y resolutivo en las instancias comunitarias, con ofertas distintas y capacidades instaladas que tienen los territorios según sus recursos.
Podríamos seguir enumerando problemas, pero la idea es poder generar espacios para darlos a conocer y trabajar para mejorar y resolverlos, en el actual escenario político y social.
A modo de reflexión: si en este país no se resuelven las inequidades y desigualdades socio-económicas, la salud mental estará siempre en un segundo lugar en espera de justicia y cambio. Y son nuestros usuarios/as quienes viven las consecuencias y vulneraciones que representan las determinantes sociales que influyen en su vida cotidiana.
Por todo lo anterior, es necesario reconocer el aporte de las y los trabajadores que son parte de los equipos multidisciplinarios de salud mental de los distintos establecimientos y niveles de la red pública. Todas y todos comprometidos en el cuidado de las y los usuarios, entregando respuesta y atenciones con los recursos que cuentan.
Roxana Castillo Castillo
Trabajadora social – Dirigenta de Base Fenpruss
Unidad de Salud Mental y Psiquiatría
CRS Dr. Salvador Allende Gossens